León Tolstoi
"¡Hay que escoger! O bien admitir que no reconocemos
ninguna enseñanza moral y religiosa, y dejarnos guiar en la conducta de
nuestra vida por el derecho del más fuerte. O bien obrar de manera que
todos los impuestos cobrados por obligación, todas nuestras instituciones de
justicia y de policía, y ante todo el ejército, sean abolidos... "
A M. K. Gandhi.
Johannesburg, Transvaal, Sudáfrica.Kotschety.
7 de septiembre de 1910.
He recibido su diario “Indian Opinión” y me he
alegrado de conocer lo que informa de los no resistentes absolutos. He sentido
el deseo de expresarle los pensamientos que ha despertado en mí la lectura.
Cuanto más vivo -y sobre todo ahora que siento con claridad la proximidad de la
muerte-, más fuerte es la necesidad de manifestarme sobre lo referente a lo que
más vivamente interesa a mi corazón y sobre lo que me parece de una importancia
inaudita. Es, a saber: que lo que se llama no resistencia resulta ser, a fin de
cuentas, la enseñanza de la ley del amor, no deformada todavía por
interpretaciones falaces.
El amor o, en otros términos, la aspiración de
las almas a la comunión humana y a la solidaridad, representa la Ley Superior y
única de la vida… Y eso cada uno lo sabe y lo siente en lo profundo de su
corazón (nosotros lo vemos muy claramente en el niño); lo sabe todo el tiempo
en que permanece fuera del engaño, de la trama de la mentira, del pensamiento
del mundo. Esta ley ha sido promulgada por todos los sabios de la humanidad:
indios, chinos, hebreos, griegos y romanos. Ella ha sido, yo creo, expresada lo
más claramente por Cristo, que ha dicho en términos exactos que esta ley
contiene toda la ley y todos los profetas.
Pero hay más: previendo las deformaciones que
amenazan dicha ley, ha denunciado expresamente el peligro de que sea
desnaturalizada por las gentes cuya vida está entregada a los intereses
materiales. Tal peligro radica en que se creen autorizados a defender sus
intereses por la violencia, o según su expresión, a devolver golpe por golpe, a
recuperar por la fuerza lo que ha sido arrebatado por la fuerza, etc. Él sabía
(como lo sabe todo hombre razonable) que el empleo de la violencia es incompatible
con el amor, que es la más elevada ley de la vida. Sabía que en cuanto se
admitiese la violencia en un solo caso, la ley estaba, de hecho, abolida. Toda
la civilización cristiana, tan brillante en apariencia, ha creado este equívoco
y esta extraña contradicción flagrante, en algunos casos deliberada, pero más a
menudo inconsciente. En realidad, en cuanto la resistencia por la violencia ha
sido admitida, la ley del amor queda sin valor y ya no puede tenerlo más. Y si
la ley del amor queda sin valor, no hay ninguna ley, excepto el derecho del más
fuerte. Así vivió la cristiandad durante diecinueve siglos.
Por lo demás en todos los tiempos, los hombres
han tomado la fuerza como principio guía de la organización social. La
diferencia entre las naciones cristianas y las otras no es más que esto: en la
cristiandad, la ley del amor había sido planteada clara y exactamente como en
ninguna otra religión, y los cristianos la han aceptado solemnemente, aunque
hayan considerado como lícito el empleo de la violencia y hayan fundamentado su
vida sobre la violencia. De modo que la vida de los pueblos cristianos es una
contradicción completa entre su confesión y la base que la sustenta. Entre el
amor, que debe ser la ley de la acción, y la violencia, que está reconocida
bajo formas diversas, tales como: gobierno, tribunales y ejércitos declarados y
aprobados. Esta contradicción se ha acentuado con el desarrollo de la vida
interior y ha llegado al paroxismo en estos últimos tiempos. Hoy la cuestión se
plantea así: sí o no. ¡Hay que escoger! O bien admitir que no reconocemos
ninguna enseñanza moral y religiosa, y dejarnos guiar en la conducta de nuestra
vida por el derecho del más fuerte. O bien obrar de manera que todos los
impuestos cobrados por obligación, todas nuestras instituciones de justicia y
de policía, y ante todo el ejercito, sean abolidos.
Durante la primavera última, en el examen
religioso de un instituto de jóvenes, en Moscú, el instructor religioso primero
y después el arzobispo que asistía a él, han interrogado a las niñas sobre los
diez mandamientos y, principalmente, sobre el quinto: “¡No matarás!”. Cuando la
respuesta era exacta, el arzobispo añadía con frecuencia esta pregunta: ¿Está
siempre y en todos los casos prohibido matar por la ley de Dios?”. Y las pobres
niñas, pervertidas por los confesores, debían responder y respondían: “No, no
siempre, pues en la guerra y en las ejecuciones está permitido matar”. Sin
embargo, una de estas desgraciadas criaturas (esto me ha sido contado por un
testigo visual), habiendo recibido la pregunta de costumbre: “¿Matar es siempre
un pecado?”, enrojeció y dijo decidida: “¡Siempre! Y a todos los sofismas del
arzobispo, replicó inquebrantable que estaba prohibido siempre y en todos los
casos matar.
Eso, ya por el Viejo Testamento, en cuanto a
Cristo, no solamente prohibido matar, sino hacer daño al prójimo. A pesar de
toda su majestad y su habilidad oratoria, el arzobispo tuvo que cerrar la boca
y la joven triunfó.¡Sí, nosotros podemos divagar en nuestros periódicos acerca
del progreso de la aviación, las complicaciones de la diplomacia, los clubs,
los descubrimientos, las llamadas obras de arte, y silenciar lo que ha dicho
esta joven! Pero no podemos ahogar el pensamiento, puesto que todo hombre
cristiano siente como ella, más o menos oscuramente. El socialismo, la
anarquía, el ejército de salvación, la criminalidad reciente, el paro, el lujo
monstruoso de los ricos que no cesa de aumentar, y la negra miseria de los
pobres, la terrible progresión de los suicidios; todo este estado de cosas
testimonia la contradicción interior que debe ser y que será resuelta. Resuelta
verdaderamente en el sentido del reconocimiento de la ley del amor y de la
condena de todo empleo de la violencia...
A esto responde su actitud en el Transvaal,
que nos parece a nosotros en el fin del mundo y que se encuentra, sin embargo,
en el centro de nuestros intereses; y es la más importante de todas las de la
tierra de hoy; no solamente los pueblos cristianos, sino todos los pueblos del
mundo tomarán parte en ella. Le será tal vez agradable saber que en nuestro
país, en Rusia, una agitación parecida se desarrolla rápidamente con las
negaciones al servicio militar, que aumentan de año e año. Aunque débil todavía
entre ustedes el número de los no resistentes y entre nosotros el de los
refractarios, los unos y los otros pueden decirse: “Dios está con nosotros. Y
Dios es más poderoso que los hombres.
En la profesión de fe
cristiana, aun bajo la forma del cristianismo y en la creencia simultánea de la
necesidad de ejército y armamentos para las enormes carnicerías de la guerra,
existe una contradicción tan manifiesta que debe, tarde o temprano
–probablemente demasiado temprano- manifestarse en toda su desnudez. Entonces
será preciso, o bien aniquilar la religión cristiana, sin la cual, sin embargo,
el poder de los Estados no se podría mantener, o suprimir el ejército y
renunciar a todo empleo de la fuerza, que no es menos necesario a los Estados.
Esta contradicción es observada por todos los gobiernos, tanto por el de
ustedes, británico, como por el nuestro, ruso; y por instinto de conservación,
ellos persiguen a los que la descubren, con más energía que a toda actividad
enemiga del Estado. Nosotros lo hemos visto en Rusia y lo vemos por lo que
publica su periódico. Los gobiernos saben muy bien dónde está el más grave de
los peligros que amenaza, y no son solamente sus intereses los que ellos
protegen tan vigilantes. Ellos saben que combaten por el ser o no ser.
León Tolstoi
NOTA: El joven Ghandi se sintió profundamente
iluminado por la lecutra de El reino de Dios está con vosotros, en el
que el gran Leon Tolstoi defendía la idea de que la no violencia era la
expresión más viva y clara del modo en que la ley del amor, promovida por todas
las religiones de la tierra, podía y debía intentar la solución de los grandes
males de su tiempo, al tiempo que situaba a las sociedades cristianas ante la
contradicción entre las estructuras de su poder y el fundamento religioso en el
que se basaban. Desde que lo leyó en 1909, hasta la muerte del gran novelista
ruso en noviembre de 1910, Ghandi mantuvo con él una amplísima comunicación
epistolar en la que echaría raíces la táctica de la no violencia con la que,
años más tarde, lograría la emancipación de la India del gran imperio
británico. De la impronta de Tolstoi da cuenta el hecho de que el joven
pacifista deció llamar a su primer hijo varón se llamaría Ashram Granja
Tolstoi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario